El mundo se sostenía encima de sus alas de seda.
Una mariposa cayendo en picado.
El polvo de sus alas componía el cosmos.
Su trompa había sorbido del vacío en su momento.
Dos sabanas infinitas formaban el tiempo en sus efímeros
destellos.
El traqueteo caótico de su danza al filo de la antimateria,
marcaba el compás de todas las cosas que van a ser, fueron, han sido, son y
nunca serán.
La mariposa, nació de su propio final.
De hecho se podría decir que nunca lo hizo.
Nosotros somos los hijos de sus sueños, en la eterna caída
de nunca existir.
Y lejos estamos, tan lejos como un parpadeo en la oscuridad.
Tan lejos que se nos permite en nuestra inocencia llegar a
ser.
Mientras la mariposa cae a la velocidad del silencio súbito
y los cuerpos celestes son obliterados en una estela instantánea.
Yo intento terminarme un cigarrillo tranquilo. Tratando de
no pensar en que a lo mejor, el horno estaba encendido cuando he salido de
casa.
Hay que joderse.
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